Un cuento...


Hoy te voy a contar un cuento.

Es el cuento de Cobaval.

Cobaval era un chaval que desde siempre tuvo miedo a todo.

“Cobalde” le llamaban sus amigos, mofándose de su escasa valentía y coraje.

Cobaval siempre quiso montar en bicicleta, pero mientras los demás niños lo hacían, él simplemente les miraba, pues ni siquiera llegó a intentar aprender, no fuera a ser que se cayera y lesionara…

Mientras los demás niños cazaban ranas, él se quedaba en casa leyendo un libro, no fuera a ser que algún bicho de esos verdes le saltara encima…

Mientras los demás niños corrían al aire libre, él permanecía dentro de casa, no fuera el sol o el viento a irritar su delicada piel…

Desde niño sus padres lo “sobreprotegieron” de tal manera que poco o nada aprendió a hacer si la atenta “sobrevisión” de los mismos.

No toques esto, no toques aquello, no hagas esto, no hagas lo otro… es peligroso y tu no estas hecho para ello… Tu haznos caso, que sabemos lo que es mejor para tí…

Poco a poco, esa curiosidad que todos los niños tienen se fue apagando, como se apaga una vela a la que no se le proporciona el oxígeno necesario para que siga ardiendo…

Poco a poco y pese a su temprana edad, dejó de sentirse niño, para convertirse en un ser gris, sin alegría ni brillo en los ojos…

Cobaval no era feliz…y se lamentaba de su suerte…

… Quizás, podía sentir una pizca de color, de vez en cuando… al oler a través de la ventana de su alcoba el aroma de las flores, o del trigal mojado por la lluvia, o ese maravilloso e inconfundible olor de la hierba mojada por el rocío…
… Quizás, al escuchar el gorgojeo de un pájaro, o el canto de un grillo…
… Quizás, al asomarse y ver la luna o las nubes…

Un buen día un polluelo, fue a parar del nido a la cornisa de su ventana. La cría era muy pequeña, y aún no era capaz de volar por si misma.

Pese al miedo que sentía por aquel pajarillo, el cual, como no, le asustaba por miedo a que le picara o le hiciera cualquier otra cosa, cuando lo vio tan pequeño y desvalido, no pudo evitar recogerlo entre sus manos…

… Y cual fue su sorpresa, que no sólo no le picó, sino que con sus diminutos ojitos le miró fijamente con ternura, sin temor y al mismo tiempo con agradecimiento…

Cobaval no podía entender como un ser tan chiquitín, no sentía miedo de alguien, comparativamente tan grande como era él y eso le animó a dar el siguiente paso… cuidarlo y alimentarlo sin que sus padres lo supieran…


Por primera vez, Coba dejó de pensar en él y a temer por él, y sólo se preocupó de cómo lograr el mayor bienestar para la pequeña cría…

Por primera vez no temió por lo que le pudiera pasar si sus padres se enteraban…

Por primera vez Cobaval se sintió feliz… y pensó que había hecho algo bueno…

Estaba decidido a cuidar al animalito y que éste fuera su amigo para siempre…

Los días y las semanas fueron pasando y a base de miga de pan con leche el pajarillo fue creciendo y sus alas se fueron haciendo más y más fuertes…

Poco a poco, el empezó a realizar pequeños vuelos, que Cobaval, orgulloso, observaba con atención… Los mismos, no siempre eran certeros ni precisos y en más de una ocasión se golpeaba contra algún mueble… pero el chiquitín era perseverante y lo intentaba una y otra vez.

De vez en cuando, al escuchar a alguno de sus “hermanitos”, se asomaba por la ventana. Los veía revolotear juguetones… pero no se atrevía a ir más allá…

Coba, cuando lo veía asomarse y no atreverse a dar el paso, se veía a él mismo reflejado… como siempre, asomado a la ventana y sin atreverse nunca a ir más allá…

… No se atrevía a dar el siguiente paso, hasta que un día soleado, otro pajarillo se posó en la alfeizar de la ventana… pió un par de veces… voló dentro de la habitación, y después salió volando por donde había entrado…

En ese momento Pipi, que era como Coba había llamado a su cría, se armó valor, se asomó por la ventana, miró a Cobaval, cerró los ojos, tomo una respiración profunda… y se lanzó por la ventana…

Empezó a mover las alas todo lo rápido que era capaz, más de lo que nunca había hecho… Y cuando abrió los ojos, se dio cuenta que ya estaba volando… que al igual que los demás pajarillos que había visto por la ventana, el también podía volar y jugar con los demás…

Orgulloso, volvió a la cornisa, entro en la habitación y revoloteó alrededor de Cobaval, como invitándolo a volar también. Le miró con agradecimiento, y salió de nuevo por la ventana…


Coba estaba asombrado por el coraje que había visto en aquel animalito…

Con lágrimas en los ojos, se dio cuenta que el pajarillo nunca más volvería a estar preso de aquella habitación… Nunca más volvería a temer saltar de ninguna cornisa y echar a volar…

Vió como dentro de aquel pequeño cuerpo habitaba un valiente corazón capaz de no temer a un ser mucho mayor que él, de confiar ese “enorme” humano y en la comida que le proporcionaba, de crecer sin una familia, de aprender a volar sin que nadie le enseñara y de atreverse a dar ese último salto que le llevaría hacia la libertad… y hacia la felicidad…

Se dió cuenta que el tamaño del cuerpo no tenia nada que ver con el valor…

Y se dió cuenta que la única forma de poder ser feliz, era atreverse a dar el salto, tal y como hizo su pajarillo Pipi…


Se dió cuenta que, actuado como el siempre había hecho, sin correr riesgo alguno, nada arriesgaba, pero tampoco disfrutaba como los demás niños… y nunca entendería aquello de lo que los demás hablaban y a veces veía o leía.

Se dió cuenta que en su interior también habitaba el corazón de un verdadero Valiente, y que debajo de una persona, aparentemente Cobarde, podía encontrarse un Valiente guerrero capaz de salvar a la princesa en el momento oportuno… o simplemente un pajarillo capaz de dar un paso más allá y echar a volar en busca de su felicidad…

Esa mañana, sin decir nada, bajó de sus habitación, dio los buenos días a sus padres… se acercó al garaje… cogió una vieja bicicleta, se montó en ella y comenzó a dar pedales… No sabía muy bien que hacía… pero se dejó llevar por su instinto…
Una vez tras otra se cayó y se volvió a levantar, tal y como vió hacer a su pajarillo cuando comenzó a dar sus primeros aleteos, recordarlo le daba aliento para seguir pedaleando, y seguir pedaleando, dando paseos cada vez más y más largos… hasta que por fin orgulloso miró a sus padres, que atónitos le observaban sin dar crédito a lo que veían ni entender que había pasado…

…Coba había dejado de tener miedo… Coba había decidido volar, había elegido dar ese paso que le llevaría hacia la libertad y hacia su felicidad…

Curiosamente, sus padres con lágrimas en los ojos, se dieron cuenta que su criatura nunca más volvería a estar preso de aquella habitación… Nunca más volvería a temer saltar de ninguna cornisa y echar a volar…

Y colorín colorado este cuento ha terminado.

Sé Feliz

Bruno.
www.psicoaching.es



Lunes 06 de Diciembre de 2010


Publicado por www.psicoaching.es

1 comentario:

  1. La confianza en uno mismo es el bien más preciado que pueden legarnos nuestros padres en herencia. Y nosotros a nuestros hijos.

    Nuestra mano debe agarrar fuerte las pequeñas manos de nuestros niños sólo hasta que ellos puedan caminar. A partir de ahí, debemos dejarles tropezar una y mil veces solos, y cada una de las mil y una veces nuestra mano les tendrá que agarrar fuerte de nuevo para ayudarles a levantar.

    Que el instinto de protección no te impida ayudar a tus hijos a volar....

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